Todavía hoy, cuando leo o escucho la palabra «eclipse», lo primero que me viene a la mente es una secuencia de imágenes creadas por Hergé para El Templo del Sol: Tintín dirigiéndose al dios Pachacámac; el Inca, los sacerdotes y el capitán Haddock, estupefactos; los súbditos del Inca, víctimas del pánico; mientras el profesor Tornasol disfruta con la puesta en escena, porque ha malentendido que están participando en el rodaje de una película.
Los momentos de oscuridad que salpican nuestra vida y nos zarandean, los percibimos a veces como nubarrones, al ser conscientes de que tarde o temprano desaparecerán de nuestro campo de visión. En otras ocasiones, esa oscuridad es más opaca, nos envuelve como en un eclipse, nos desconcierta y llega a desesperarnos. El grado de ofuscación es tal que no alcanzamos a vislumbrar cómo y cuándo la luz nos rescatará de ese tiempo sombrío que parece irreversible, y que puede prolongarse durante días, semanas, o incluso meses, con algunas pausas para sacar la cabeza fuera de las tinieblas y respirar. El cuerpo empieza a quejarse, a somatizar la negrura en el estómago, a provocar vértigos, dolores punzantes, a alterar la presión arterial... La compañía y la comprensión de los seres queridos más cercanos es esencial, pero es francamente difícil salir de la oscuridad sin la ayuda de profesionales, empezando por el apoyo ―y la protección― del médico de familia. A pesar de haber identificado y acotado el trance, la sombra se ralentiza, no acaba de apartarse...Sensibilidad y empatía vs. sinsentido
«Unida en la diversidad»
... es el lema de la Unión Europea y, también, el mensaje esculpido en luz en la cella del Pantheon, concebido por el César Hadriano para explicar que Roma abrazaba una diversidad extraordinaria de pueblos e imaginarios, que él mismo había podido conocer de primera mano en sus viajes a lo largo y ancho de su Imperio.
«El Cosmos es mi país, la Tierra es mi casa, mi nacionalidad es la naturaleza, y el amor, mi religión. Todos somos interdependientes y, por lo tanto, todo nuestro sufrimiento es mutuo, no hay separación. La unidad y la diversidad bailan juntas.» dice el pensador Satish Kumar. La genuina diversidad, que debemos respetar y proteger porque en ella nos va la vida, es producto de la naturaleza, que nos hace a todos únicos e irrepetibles, cada cual con su propia personalidad, su forma de observar y contemplar el mundo, sus anhelos, opiniones y ocupaciones, con su manera de sentir y de amar.
El arte de contar historias
Impartí mi primera clase en una tarde de diciembre de hace veintiocho años, los mismos que tenía en aquel entonces. El profesor Joan Bassegoda me confió su público, formado por mis compañeros de doctorado y unos cuantos invitados que acudían curso tras curso a sus lecciones magistrales, en la sala de conferencias del Palacio Real Mayor de Barcelona. Improvisé mi disertación con una selección de diapositivas que había tomado en Herculaneum unos meses atrás y les hablé de arquitectura romana, mientras me contaba a mí mismo mis primeros pasos en mi propio proyecto de investigación.
Ya en este siglo, cuando andaba yo enfrascado en los flecos de mi tesis, el Dr. Jaume Aymar me invitó a dar clases en la licenciatura de Humanidades que ofrecía la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull. La metodología que adquirí durante mi doctorado me sirvió para sumergirme en otras épocas y en otros lenguajes artísticos. Me hice con el oficio de profesor preparando asignaturas, deshaciéndome de prejuicios y barreras mentales, combinando e incorporando puntos de vista diversos para contemplar el pasado… intentando acercarme a ese misterio que somos los humanos. Me asaltaron y me siguen asaltando muchas preguntas nuevas para las que sigo buscando respuestas.
Mi perspectiva como profesor cambió de forma radical al trabajar en un instituto de secundaria público. De mis alumnos adolescentes aprendí mucho; de sus preguntas, sugerencias, interpretaciones, opiniones y chanzas, a menudo sorprendentes e incluso demoledoras. Me hicieron aterrizar en su tiempo y abrir mucho más mi campo de visión.Al regresar a la educación secundaria me he encontrado otra generación, muy distinta de la que había dejado once años atrás, desconcertante. Tras tantos años y tantas horas diarias sometidos al estrés adictivo de sus pantallas portátiles, a la mayoría de los adolescentes de hoy les supone un esfuerzo descomunal centrar su atención en las palabras de un profesor o en la lectura de un texto.
Como profesor de historia no me siento muy lejos de los contadores de historias de siglos o milenios atrás, los mismos que crearon mitos o los transmitieron de generación en generación, para fijar la esencia de los acontecimientos transcendentales de un pasado que se iba a desdibujar y a olvidar con el tiempo.
La capacidad de escuchar y de leer con atención, para procesar información, reflexionar, construir conocimientos y poder recordarlos, utilizarlos y establecer nuevas relaciones entre estos, ha sido fundamental para la evolución de la Humanidad. En las circunstancias actuales, me pregunto si el arte de contar historias tiene algún futuro, mientras nos estrujamos el cerebro para diseñar actividades educativas que encajen en la palabrería del pedagogismo imperante y, de paso, consigan robar un poquito del interés que las últimas generaciones consagran a las distracciones digitales.
Work in progress...
En la imagen, un profesor junto a sus alumnos, representados en un relieve funerario romano (siglo II) encontrado cerca de Tréveris y conservado en el Rheinisches Landesmuseum Trier.