Este año he adoptado una costumbre de mi padre, la de llevar un libro conmigo en mis desplazamientos. Él los leía en el coche o en algún otro lugar, mientras esperaba a mi madre. Yo los leo en el autobús y en el metro, para mantener la mente agarrada a un hilo de Ariadna que me libre del laberinto en el que me suelen perder los runrunes enrevesados. Me pregunto si él también los llevaba a todas partes por el mismo motivo…
En cambio, prescindo de los libros cuando me tumbo bajo la sombra protectora de mi amigo el árbol,
en el jardín de Tivoli
Esos momentos preciosos, que solo puedo gozar cuando estoy en Ljubljana, los reservo para
practicar la contemplación, liberarme
un poquito de la tiranía de Cronos,
desconectar del sinsentido de los humanos, reconectar con la naturaleza, intentar volver a «ser uno con el todo», y experimentar un sentimiento
de gratitud auténtico, intenso, profundo y curativo.