Cuarenta años de Democracia



Atenea alza la corona de la Victoria para celebrar el triunfo de la Democracia, mientras un Sol radiante y un arco iris representan la superación de una época tempestuosa. Atenea, divinidad titular de la Atenas clásica, personifica la Democracia y encarna la Sabiduría y la madurez alcanzadas por la comunidad humana que ha conseguido dotarse de esta forma de gobierno. Así mismo, Atenea inspira la capacidad de Estrategia a los líderes elegidos por los ciudadanos, para que sepan llegar al consenso necesario y gobernar en aras del bien común, y el sentido de la Justicia que debe orientarlos a todos. El León representa, a su vez, la Fortaleza, la Nobleza y la Autoridad que deben mostrar las instituciones democráticas. Tras Atenea, el Caduceo de Hermes/Mercurio y el Cuerno de la Abundancia, junto al escudo de la ciudad, auguran el progreso de la industria y del comercio y la prosperidad que aguarda a los barceloneses bajo un régimen que iba a conjugar la Realeza con la Democracia. En el otro lado, un velero se aleja más allá de las Columnas de Hércules, señalando los objetivos (¿y la justificación?) de esas perspectivas económicas. El Gallo se dispone a despertar con su canto a los que todavía no se han enterado del comienzo de un tiempo nuevo tan esperanzador.

El artista Celdoni Guixà (Igualada, 1787-1848) esculpió en 1840 esta «Alegoría de la Democracia» para enmarcar el nombre de un nuevo espacio urbano [1] destinado a ser la plaza cívica que Barcelona nunca había tenido, pese a haber sido una metrópolis que, siglos atrás, había disputado el dominio comercial del Mediterráneo a Venecia, a Pisa y a Génova. La apertura de la nueva plaza y la construcción de la nueva fachada -neoclásica- de la Casa de la Ciutat  coincidieron con la aprobación de una nueva Constitución (1837) que «incorporó, por vez primera en nuestra historia constitucional, una declaración sistemática y homogénea de derechos: la libertad personal, la inviolabilidad del domicilio, la libertad de expresión, las garantías penales y procesales, el derecho de petición y la igualdad en el acceso a los cargos públicos». Era lógico, pues, que la nueva plaza cívica llevara el nombre de la Constitución que suponía una victoria de las reivindicaciones más progresistas y un avance de los ideales democráticos. El espacio reservado al nombre de la plaza es, al mismo tiempo, un altar (¿El «Altar de la Patria»?), sobre el que reposa la bandera de un regimiento militar, acaso símbolo del fin de la primera guerra carlista (1833-40), una palma, que recuerda a los que han sacrificado su vida por las libertades conquistadas, y la rama de olivo que simboliza la Paz anhelada. A los pies del altar, los fasces representan la Autoridad del Estado constitucional.

A la Constitución de 1837 siguieron otras Constituciones, entre otras guerras civiles, episodios revolucionarios, como el que tuvo lugar en esa misma plaza en 1937 -entre los que todavía hay quien cree que defendían la Democracia-, golpes de estado y dos dictaduras.

Hoy hace 40 años, los ciudadanos del Reino de España votaron la Constitución vigente y la aprobaron por una abrumadora mayoría en un referéndum. Hoy celebramos, pues, el comienzo del primer periodo que puede ser calificado de verdaderamente democrático en la historia de España. La Constitución y el riguroso mecanismo acordado para poder modificarla o derogarla son la única garantía de nuestros derechos como ciudadanos. Al otro lado del Océano y en el otro extremo del Mediterráneo, tenemos hoy en día ejemplos elocuentes de lo qué sucede cuando un gobierno tiene la potestad de cambiar o derogar la constitución para redactar una nueva «a medida» de los intereses ideológicos de sus líderes, sin la necesidad de contar con el consenso de la oposición. 

La Democracia no es ni puede ser el campo de batalla entre ideologías ni la «dictadura de una mayoría electoral». La Democracia es la forma de gobierno que, en primer lugar, protege y garantiza los derechos de todos los ciudadanos, y que persigue el bien común a través del diálogo entre personas libres [2] que defienden ideas propias y que, por lo tanto, pueden llegar a acuerdos para impulsar avances que beneficien al conjunto de la sociedad.



Damnatio Memoriae versus «Memoria Histórica» 

La barcelonesa Plaza de la Constitución cambió varias veces de nombre hasta 1940, cuando se acabó fijando su dedicación a Sant Jaume, como la plazuela que, ya en el siglo XIII, existió frente a la iglesia del mismo nombre. En cambio, la placa esculpida por Celdoni Guixà y colocada en la fachada de la Casa de la Ciudad en 1840 fue retirada de forma arbitraria por el gobierno municipal en 2013, habiendo sobrevivido a tantos acontecimientos violentos y a dos dictaduras. ¿Damnatio Memoriae? 

Debemos el término «Damnatio Memoriae» al libro publicado en 1689 por los eruditos Christoph Schreiter y Johannes Heinrichs Gerlach, que investigaron esta práctica regulada y ejecutada por el Senado romano para hacer desaparecer todas las inscripciones y monumentos -si los hubiera- que preservaran la memoria de un personaje que hubiera sido declarado «enemigo» del Estado. Mucho antes de la fundación de Roma, los reyes o la élite sacerdotal egipcia ya habían «condenado la memoria» de monarcas como Akhenatón, que desapareció de los monumentos, de las listas reales y de la historia «oficial» de Egipto, hasta que los arqueólogos encontraron testimonios de su reinado. En tiempos más recientes, los vaivenes políticos acaecidos en España a lo largo del siglo XX hicieron desaparecer del nomenclátor de las ciudades y de los espacios públicos el recuerdo de personajes y de hechos históricos que, por motivos diversos, a menudo legítimos, no merecían el protagonismo que se les otorgaba. Sin embargo, cabe considerar que la Damnatio Memoriae es, justamente, el concepto opuesto al de «Memoria Histórica», formulado para reivindicar, sobre todo, el recuerdo de las víctimas de las guerras «civiles» y «mundiales» del pasado siglo y de la represión brutal llevada a cabo por los regímenes totalitarios y los integrismos ideológicos. Otras veces, la élite política nos sorprende aplicando la Damnatio Memoriae con criterios que recuerdan a los de tiempos faraónicos, para remover sutilmente testimonios históricos que les incomodan, porque despiertan la curiosidad de quienes los contemplan y generan preguntas sobre el pasado. En esas ocasiones, la Damnatio Memoriae vuelve a ser la herramienta útil que inventaron las oligarquías de antaño para reescribir un relato histórico más acorde con el discurso ideológico que «legitimaba» su poder sobre un colectivo humano.


Notas: 

[1] En 1832, los ediles municipales decidieron derribar la iglesia de Sant Jaume y una parte de la Casa de la Ciutat para abrir una plaza entre la sede del gobierno de la ciudad y la Casa de la Diputació del General (hoy Palacio de la Generalitat) que entonces alojaba la Real Audiencia de Cataluña (administración de justicia) y la Diputación Provincial.

[2] Rob Riemen, fundador del Nexus Institute: «Los valores que dominan nuestro mundo son la eficiencia, la productividad, la cantidad, la flexibilidad. Son valores comerciales que se aplican a todo, desde la política hasta la educación. Si eliminamos la compasión, la búsqueda de la sabiduría y la justicia, el concepto mismo de calidad de vida desaparece y nos quedan las identidades tribales que se basan en los nacionalismos, ese fascismo que resurge por todas partes. Si usted forma parte de la masa, hace lo que todos, opina lo que todos, está renunciando a la identidad propia. El sentido real de Democracia es justo lo contrario, es una forma de gobierno que va acompañada de responsabilidades individuales para con los demás seres humanos y con el planeta, contribuir a un mundo mejor.»