En una época posterior, de despoblamiento de las ciudades de Occidente, la que los historiadores denominan Edad Media, este acueducto se acabó rompiendo en diversos tramos, por falta de mantenimiento, debida a la desaparición de los técnicos expertos en la construcción de estas infraestructuras. Al perder su función, otros puentes que sostenían este mismo acueducto fueron desmontados y reciclados sus sillares para construir otros edificios, incluso campanarios. Pero la extraordinaria estructura del Pont du Gard continuaba siendo útil, porque las personas podían atravesar el río por el mismo conducto que ya no llevaba agua. Desde entonces hasta ahora, a lo largo de veinte siglos, cuántos hemos podido admirar el diseño y la belleza de este puente monumental y, al mismo tiempo, celebrar la pericia de quien lo proyectó y la maestría de quienes lo materializaron...
El agua y la luz son imprescindibles para la vida de los humanos y la de tantos otros seres con los que compartimos este planeta. Celebramos la luz en la época más oscura del año. Por eso, nuestros antepasados unieron a esta celebración ancestral la del nacimiento de un ser extraordinario que trajo Luz a un mundo oscurecido por la codicia y la falta de amor. Celebremos, pues, a quienes traen Luz para no dejarnos oscurecer por prejuicios y odios, y celebremos a quienes construyen puentes, altos y firmes, para vencer los muros y las fronteras que dividen y enfrentan absurdamente a los miembros de la gran familia humana.
Fotografías y texto © Oliver-Bonjoch 2019