En la Biblioteca del Emperador...

...me regalé unas horas, en una mañana fría y lluviosa de noviembre. Y en aquel espacio maravilloso el tiempo se detuvo, mientras me entretenía en descifrar los secretos de su diseño, enfocando la mirada en sus recovecos, en las pinturas alegóricas, en los lomos de los libros, tratando de atrapar todo aquello a través del objetivo de mi cámara.


Las bibliotecas me fascinan desde mi niñez, y mi fascinación aumenta en proporción a sus dimensiones y a la cantidad de libros que atesoran, sin descuidar el diseño y la belleza de estos espacios. Y la Biblioteca del Palacio Imperial de Viena reúne con creces todas las cualidades, los aspectos y los detalles que valoro, incluso, para mi asombro, puertas secretas que se abren en medio de algunas estanterías. ¿Qué libros debían custodiar tales estancias ocultas? ¿Códices antiguos, incunables raros, ejemplares únicos, grimorios, tratados de alquimia... o libros de ciencia que cuestionaban verdades teológicas?


Al encontrarme frente a la estantería cuyo número coincidía con la edad a la que me estaba acercando, se me ocurrió pensar si habría llegado a leer tantos libros como los que encajaban aquellos estantes. La escalera situada delante, necesaria para alcanzar los anaqueles más altos, me sugirió que estaba contemplando una bella imagen simbólica de la vida humana entendida como un proceso de aprendizaje en busca de la sabiduría… o, al menos, tras alguna de esas preguntas que lanzan al aire las figuras alegóricas pintadas en las bóvedas y en los tímpanos de la Biblioteca.


Una semana después, ya en Barcelona, estrené las fotografías que hice en la Biblioteca, para arrancar una clase dedicada a la arquitectura mal llamada “barroca” en la Europa Central. La Biblioteca monumental concebida por el Emperador Carlos VI y proyectada por Johann Bernhard Fischer von Erlach (construida por su hijo Joseph Emanuel entre 1723 y 1726) es un ejemplo ideal para explicar cómo se difundieron las propuestas innovadoras materializadas por Gian Lorenzo Bernini, Francesco Borromini, Andrea Pozzo y tantos otros arquitectos y artistas en la Roma del siglo XVII.


Empecé la clase mostrando una fotografía de la bóveda del espacio central, en la que no aparecían las estanterías, y pregunté a mis alumnos si podían identificar a qué tipo de edificio pertenecía. Si prescindimos de las estanterías y de los libros, el cielo apoteósico que Daniel Gran pintó en la bóveda, el gran espacio central de planta ovalada que cubre y las alas que se abren a ambos lados, divididas a su vez por grandes columnas de mármol, nos harían creer que estamos en una de las espectaculares iglesias de Roma o de Centroeuropa que habíamos visto en clases anteriores. Al enfocar las pinturas de la bóveda, identificamos a Atenea y a Hermes, entre otros personajes alegóricos de las artes y las ciencias, celebrando el mecenazgo del Emperador, él mismo representado en un medallón. Los templos construidos por los Pontífices que habían devuelto a Roma el esplendor imperial de antaño inspiraron a Fischer von Erlach el diseño de una biblioteca concebida como un templo consagrado a la Sabiduría, que hoy contemplamos como un escenario digno del Siglo de las Luces.